Perder un hijo no es un capítulo que se cierra… es una herida que aprendemos a llevar con dignidad, amor y silencio. Cada día, sin importar el tiempo que pase, su recuerdo vive en nosotros. No lo olvidamos, porque está en cada pensamiento, en cada suspiro, en cada detalle que nos conecta con él.Este amor no se apaga, se transforma. En lugar de abrazarlo físicamente, lo abrazamos con recuerdos, con miradas al cielo, con la esperanza de volver a encontrarnos. El duelo no significa dejar ir, significa aprender a vivir con su ausencia y con la certeza de que siempre será parte de nuestra historia.A todos los padres que hoy sienten ese vacío: no están solos. Nuestro amor de padres es eterno, y aunque el mundo no lo vea, cada latido nuestro lo sigue nombrando.
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